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¿A donde van los desaparecidos?

Es duro confrontar la realidad de la convivencia humana. Somos seres frágiles y egoístas. Y perder de vista eso es lo que de pronto nos arrastra a la tragedia que es el conflicto con los que nos rodean.

Las últimas semanas he estado meditando sobre el tema (qué bonito se oye cuando uno dice algo así: “meditando sobre el tema” cuando en verdad se quiere decir, con la espina en la garganta). Mis conclusiones, como siempre, no son del todo alegres. No sé, supongo que como siempre me han dicho “confío demasiado en la gente”. Eso no es del todo cierto. No confío en la gente en general, pero eso lejos de ser una conducta razonable me lleva a un extremo poco saludable: tanto no confío en el grueso de la humanidad, confío demasiado en unos pocos.

Yo soy de las personas que creen en la amistad, en el valor del detalle, en el sentimentalismo y en la lealtad para con los que quieres. Cosa que me vuelve un blanco fácil para las puñaladas traperas que acostumbra la vida.

He ahí mi contradicción, mi error constante. Estoy cerrada al 90% de la gente con la que convivo todos los días… y me consagro al 10% restante.

Horacio (amigo de hace varios años), me describió alguna vez como una persona que se consagra a sus amigos… Tiene razón y no.

Quizás me consagro a los nuevos amigos, a los que pretendo enraizar en mi corazón y viceversa. Soy una persona inconstante en mis afectos. No los demuestro casi nunca. Tengo buenos amigos, y los que considero los mejores, están completamente abandonados. Tengo meses sin ver por ejemplo a Raul, Ramiro o Araceli que siempre están a la distancia de un teléfono, semanas olvidadas.

Trago saliva pensando en por qué lo hago. Quizás (nudo en la garganta) lo hago por que me lo perdonan, por que saben de mi desidia sin límites, de mi inconstancia y de mi pereza. Quizás soy así con ellos por que eso no basta para que se alejen.

¿Consagración? Eso quizás lo pudiera decir el amigo recién conocido, por que nada aprecio más que la apertura poco a poco de la persona que se supone va a formar parte de tu vida. Pero luego… no sé, no sé que me pasa. Quizás me doy cuenta de que la persona no es lo que espero, que hay cosas que no puedo compartir, que no me va a comprender… y la dejo en paz.

No digo que no tenga amigos. Los tengo. Pero en estos días, como dije, he estado “meditando” más precisamente en los amigos que se van.

¿Nunca han sentido que son sustitutos de algo? Yo sí, mucha gente me dice que se comunica conmigo como con nadie más en el mundo (familias y pareja incluidas generalmente), pero esas mismas personas son las que encantadoramente se retiran en cuanto solucionan esos baches comunicativos. Verán, me hacen sentir como los mecánicos del los pits en las carreras. Llegan a mí cuando tienen problemas. Los solucionamos y siguen la carrera sin uno.

Me gustaría que sólo una vez alguno de esos amigos llegara un día a compartirme su felicidad.

El reclamo obvio: “Mi felicidad te fastidia”. Sí, a veces, pero no se supone que tú piensas eso, o al menos no parece que me fastidiara si busco eso cada segundo que compartimos ¿no, “amigo”?

Mucha gente a la que he apoyado en sus momentos más oscuros ni siquiera se ha dignado a decirme que ya se sienten mejor. Su ausencia es el síntoma de su felicidad. Me buscan cuando algo les falla, cuando los que les sostienen y comparten su felicidad les fallan. Entonces vienen y te recuerdan que eres su mejor amigo. Y uno de idiota ahi.

A veces me siento tan asqueada, en serio.

Por mi parte ya no quiero sentir ese asco, por lo tanto, el tardío propósito de año nuevo enlista los siguientes puntos:

-Renovar mis viejos lazos, los que la ausencia y la inconstancia no han cortado.

-Comenzar a evaluar a las personas que me rodean, por que precisamente en ellos, en los que confías, está el germen de la decepción.

-No esperar nada de quien nada hay que esperar (muchos).

-La gente que me rodea es valiosa, de sentimientos nobles y admirables en ocasiones. Pero eso no la vuelve menos falible y menos humana que el 90% de rechazados.

-No pasar tiempo con quién no esté dispuesto a pasarlo conmigo (léase “no entretener a la gente”).

Siempre he dicho algo, “no hay gente mala, pero sí idiota y egoísta”. A final de cuentas, el motor del hombre es su Yo, su deseo. La satisfacción es lo único que importa. Si para ello necesitan tener uno o dos amigos, los buscarán. Si después los amigos estorban, los botan, y si después los necesitas, les hablas por teléfono que “para eso son los amigos”. Yo no inventé el juego (ni me gusta) pero sé las reglas.

Así que la conclusión es que no hay que cerrarse, pero hay que ser objetivo (o por lo menos conciente) sobre las personas que te rodean. En uno está el dolor que sientes por la decepción de alguien, pues en uno estaba también la fe y la confianza. Hay que saber quiénes son merecedores de esa fe y esa confianza. No va más.

El tiempo prueba a la gente, no hay otra manera. Así que, viejos amigos, estoy de vuelta

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